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Crítica | El Faro | El terror psicológico zarpó a otro nivel

  • Foto del escritor: Braulio Pérez
    Braulio Pérez
  • 10 ene 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 18 jul 2020

Título original: The Lighthouse. Director: Robert Eggers (La Bruja). Actores: Robert Pattinson, Willem Dafoe, Valeriia Karaman. Fecha de estreno: 01 de enero de 2020 (MX)

The Lighthouse se convierte en la primera sorpresa de este 2020.

¡Oh, diablos! Vaya forma de comenzar el año para nosotros. El director, Robert Eggers ya había sorprendido e intrigado a los cinéfilos y cineastas del mundo con su ópera prima, The Witch (2015), a partir de ahí todos estaban a la espera de saber si la magia se repetía o sólo fue suerte de novato... el infeliz es todo un milagro de frescura para el cine de terror.


La historia sigue a dos cuidadores de faros que llegan como relevo a uno ubicado en una roca en medio del mar, donde deberán pasar 4 semanas en total soledad hasta que lleguen sus reemplazos. Todos estos sucesos están ambientados a finales del siglo XIX y debido a la escasa tecnología de la época, las supersticiones marítimas, el aislamiento, la gran desconfianza que se tienen los protagonistas y algo de mala suerte es que se desarrolla una tormenta de escalofríos psicológicos que poco a poco los harán descender a la locura.


Si bien la película debió llegar a nuestras salas a finales de diciembre del año pasado, como a las malditas distribuidoras les gusta traernos lo mejor cuando ya el resto del mundo lo vio, The Lighthouse se convierte en la primera sorpresa de este 2020. Si aún alguien sigue creyendo que Robert Pattinson sólo es el vampiro que brilla después de ver esta cinta, definitivamente no hay forma de arreglarlo.


Esta película brilla por la profundidad, pero al mismo tiempo simpleza con la que aborda demasiados tópicos que te hacen viajar al siglo XIX y encontrarte con los dos hombres asquerosos y mal encarados que son los protagonistas. Hay una gran variedad de referencias a la literatura, mitología, el estilo de vida de los marineros y el cine de principios del siglo XX. Absolutamente todo en esta película ofrece una nueva forma de aterrorizar a la audiencia, es decir, manda al carajo los forzados screamers o finales abiertos que den pie a insufribles secuelas.


Primero que nada, el formato, la decisión de tener todo el filme en 4:3 es lo que más hace destacar, estéticamente a El Faro sobre las demás películas de terror de los últimos años, porque no sólo es la ambientación con estilo de cine antiguo que evoca a filmes como El Séptimo Sello (1957) o Nosferatu (1922), también es causante de una sensación de claustrofobia que atrapa al espectador y al mismo tiempo encierra a los protagonistas para que no se desvele más de los necesario entre cada escena.


Debido a que su paleta de colores son únicamente blanco y negro, con una escala de grises entre ellos, el juego de contrastes entre los días y las noches hace que conforme avance la historia cada vez te sientas más y más abrumado por la imprevisibilidad de los personajes y lo que los acecha. El guion de la cinta toma distintas inspiraciones de autores del género terror y literatura náutica como Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Herman Melville, Louis Stevenson, entre otros.


Un aspecto que no suele destacar mucho en las cintas de terror es el apartado del sonido, aquí es responsable directo de su éxito. Todos los sonidos que son puestos en El Faro son por una razón, desde las gaviotas, el mar golpeando la costa, las goteras, hasta la sala de máquinas. Esto da una gran impulso a la narrativa, es decir, cuenta mucho del lugar en donde ocurren los hechos, pero no tiene que recurrir a diálogos explicativos, sólo sonidos que quedan muy presentes en el subconsciente del público, para que así reconozcan cuando la tensión y el miedo va en aumento. También, la saturación del audio hace al momento del clímax lo más insólito (en el buen sentido) de toda la película.


Las actuaciones de Dafoe y Pattinson son de las más impresionantes que hayan tenido hasta ahora. Consiguen a la perfección dar esa sensación de rivalidad, subyugación, tormento, desprecio y envidia durante las mañanas, para después tornarse en una de fraternidad, fiestera, empática, amistosa y cariñosa por las noches (con alcohol involucrado, obviamente). La tensión y enojo entre ellos atraviesa la pantalla, juegan con las emociones y secretos del otro y terminan cayendo al abismo de la locura, pero dejan abierta la duda de quién lo hizo primero.


La película hace un gran trabajo al enganchar al espectador, pero debido a todo el contexto y ritmo lento de la misma, así como su lenguaje cinematográfico, es por lo que muchos pueden perder fácilmente el hilo de la trama y desconectarse de esta, y ese es su principal defecto; si no se está atento te puedes quedar fuera de la experiencia.


El ritmo de la historia y su lenguaje subjetivo y metafórico es lo que la deja abierta a múltiples interpretaciones, pues no te permite intuir qué es real, quién está demente, cuánto tiempo ha pasado o si algo de lo que haya dicho cualquiera de los protagonistas es cierto; uno arma su propia versión. Al final, esta película entrega un ambiente de suspenso e incomodidad que con cada escena se intensifica y te mantiene al borde del asiento porque no esperas nada de lo que va sucediendo, logra aterrarte con dudas, misterios, maldiciones, monstruos, etc., todo para que el final de la cinta sea impactante para el espectador y tenga a más de uno rascándose la cabeza.


¡¿Qué carajos había en la luz?!

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